Se encuentra en casi cada grupo de gente y vive la vida cual reality show. Es capaz de poner en discusión y pleito a los empleados para luego pedir al jefe que actúe como árbitro de fútbol.
Su actitud negativa es contagiante y eso puede ser peligroso para una empresa. Además, llama la atención de los líderes y causa una distracción total de los verdaderos problema de la compañía. Las políticas de puertas abiertas para evitar chismes no es impedimento para que la drama queen despliegue sus historias.

La víctima
Este tipo de empleado evita que controlen sus acciones y prefiere echarle la culpa al resto de la mala situación: siempre guarda una excusa. También se aprovecha de la buena fe de su jefe para faltar al trabajo con el pretexto de tener una enfermedad.

Este factor, el de sus constantes ausencias, termina por perjudicar a todo el equipo pues implica que alguien cubra su puesto momentáneamente y realice sus labores, causando más estrés a todos.

De esta manera, la víctima solo causa molestia y atraso en el trabajo.

El inconformista
Es un rebelde sin causa está resuelto a romper las reglas, desde las más simples a las más complejas. Si en la empresa hay un código de vestimenta que prohíbe el uso de polos, esta persona lucirá cada viernes dicha prenda.

Cada método o forma de trabajo será puesta en tela de juicio por el inconformista con el argumento de que tiene su propio modo de hacer las cosas. Para este empleado, las reglas son control y las detesta.

Algunas veces, sin embargo, su mentalidad rebelde lo impulsa a ir un paso más allá e intenta tomar ventaja. Tiende a creer que lo sabe todo y se rehúsa a escuchar instrucciones para tomar decisiones por su cuenta.

Lo peor de todo es que el inconformista se autoproclama líder de la organización, dando órdenes al resto. Con el tiempo suficiente, esta persona y su conducta tóxica puede alejar a los mejores empleados de una compañía.