Uno de los grandes desafíos de los líderes de las organizaciones es lograr trabajar efectiva y eficientemente con su gente. Para ellos, entender los diferentes tipos de interacciones entre las personas, cuáles son sus preferencias a la hora de comunicarse, de tomar decisiones, de trabajar en equipo, son fundamentales para resolver muchos de los retos que se presentan día a día, desde fortalecer los equipos de trabajo, resolver conflictos, retener y motivar talentos, aumentar la productividad de equipos poco efectivos, entre muchos otros.

En ese marco, una de las herramientas más conocidas y más utilizadas por las grandes compañías en la actualidad es la llamada MBTI® (Myer Briggs Type Indicator), la cual explora la personalidad de los individuos y los clasifica dentro de uno de los 16 posibles perfiles, en función de la combinación de cuatro letras que describen su comportamiento.

Así como tenemos tendencias naturales a comportarnos de tal o cual forma, la teoría que soporta esta herramienta afirma que todos tenemos una preferencia natural, innata por una de las dos características opuestas en relación a lo que nos motiva (Extrovertidos o Introvertidos), a qué le prestamos atención (Sensitivos o Intuitivos), a cómo tomamos decisiones (Pensamiento o Sentimiento) y a cómo vivimos y trabajamos (Juicio o Percepción).

Esta herramienta no solo es útil en el ámbito empresarial, sino en el educativo, en donde se utiliza tanto para conocer las principales características de personalidad del personal docente como del perfil de los universitarios. En base a esta información es posible diseñar mejores cursos y planes de estudio, que apunten a afianzar las fortalezas y detectar las oportunidades de mejora en el ambiente académico.

A todo esto se le suma la implementación, cada vez más extendida, del uso personal de la herramienta como forma de auto-conocimiento, para incrementar o descubrir aspectos de la personalidad de uno mismo y como medio para explotar las habilidades individuales.